México se encamina hacia una de las campañas electorales más peligrosas y violentas de su historia. El Instituto Nacional Electoral (INE) ha presentado un esquema de seguridad para proteger a los candidatos que competirán por la presidencia, gubernaturas y otros cargos, pero esto no es más que un paliativo ante una realidad ineludible: la violencia desbordada que azota al país amenaza con teñir de sangre el proceso electoral de 2024. Con un gobierno que cerrará su sexenio con más de 190 mil muertos por homicidios dolosos, la más alta cifra de la historia, las elecciones podrían convertirse en un reflejo de este trágico legado.
Una campaña bajo amenaza
Las cifras no mienten. En el sexenio actual, México ha vivido una ola de homicidios sin precedentes. Los 190 mil muertos proyectados al cierre de este gobierno no solo representan vidas perdidas, sino también un Estado que ha fracasado rotundamente en su deber de proteger a sus ciudadanos. Este clima de violencia ya ha permeado en el ámbito político, con campañas anteriores marcadas por asesinatos, amenazas y secuestros de candidatos.
La situación actual no es distinta, y las alarmas están encendidas. Si el gobierno no toma medidas contundentes, la campaña de 2024 podría superar las ya trágicas cifras de las elecciones intermedias de 2021, donde decenas de aspirantes fueron asesinados en plena contienda. La pregunta no es si habrá violencia, sino cuánta.
190 mil muertos: un legado de impunidad
Esta cifra, que debería ser un escándalo nacional, ha sido tristemente normalizada. Cada número representa una persona con familia, sueños y un futuro que fue arrebatado. Sin embargo, en lugar de enfrentar esta crisis con acciones concretas, el gobierno ha optado por estrategias fallidas como los “abrazos, no balazos”, que han dejado el terreno libre para que el crimen organizado crezca y se fortalezca.
La violencia no es un fenómeno aislado; es sistémica. Cuando un país acumula más homicidios dolosos que muchas zonas en guerra, el problema no es solo de seguridad, sino de un sistema político y judicial incapaz de ofrecer justicia y esperanza. Esta realidad no solo afecta a las comunidades, sino que ahora amenaza con distorsionar la democracia misma.
Elecciones en el epicentro del crimen
El anuncio del INE de medidas de protección para los candidatos es un recordatorio de que la violencia no es un riesgo potencial, sino una certeza. Los cárteles ya no se conforman con influir en las regiones bajo su control; ahora buscan tener representación directa en las esferas políticas, apoyando a candidatos que les aseguren impunidad y poder. Esto convierte a los procesos electorales en una extensión de la disputa territorial entre grupos delictivos.
Por otro lado, los candidatos que no aceptan someterse a estas dinámicas enfrentan amenazas y atentados. La campaña electoral se ha convertido en un campo de batalla, donde los ciudadanos no solo deben temer por sus representantes, sino por su propia seguridad al acudir a votar.
¿Qué está haciendo el gobierno?
La respuesta del gobierno federal ante esta crisis ha sido, en el mejor de los casos, tibia. Con un presidente que prefiere minimizar los problemas y culpar al pasado en lugar de asumir responsabilidad, la violencia sigue escalando. Si no se toman medidas inmediatas y estructurales, la campaña de 2024 será recordada no como un ejercicio democrático, sino como una trágica mancha en la historia del país.
El gobierno actual, que terminará con más de 190 mil muertos por homicidios dolosos, no puede permitirse sumar a su legado el haber permitido la campaña más sangrienta de la historia. Pero la realidad es que, con el nivel de inacción actual, este desenlace parece inevitable.
Reflexión final
Las elecciones de 2024 deberían ser una oportunidad para que los mexicanos decidan su futuro con esperanza y libertad. Sin embargo, bajo el espectro de la violencia, cada voto se emitirá en medio de un ambiente de miedo y desconfianza. El gobierno tiene la obligación de garantizar condiciones seguras para todos los actores del proceso electoral. De no hacerlo, será recordado no solo por los más de 190 mil muertos de su sexenio, sino por haber permitido que la democracia se desangrara frente a los ojos de todo un país.