El presidente que no se respeta: AMLO y su berrinche contra Milei

El presidente que no se respeta: AMLO y su berrinche contra Milei

La reciente intervención de Claudia Sheinbaum en defensa de Andrés Manuel López Obrador tras las declaraciones de Javier Milei no es más que otra confirmación del lamentable rol del presidente en el proceso electoral. Este episodio no solo refuerza la ya evidente intromisión de López Obrador en la contienda presidencial, sino que además desnuda su desprecio por las leyes y normas que deberían garantizar una democracia funcional en México.

El presidente, desde su cómoda tribuna, ha decidido convertirse en un protagonista central del proceso electoral, olvidando que su deber es ser un garante imparcial del estado de derecho. Cada declaración que emite no es solo un recordatorio de su arrogancia, sino también un golpe directo a las instituciones que tanto trabajo ha costado construir. En lugar de actuar como un estadista, se comporta como un agitador que ignora los límites de su cargo, poniendo en peligro la legitimidad del próximo gobierno.

Su estrategia es clara: polarizar a la sociedad para mantener viva su narrativa y asegurar la continuidad de su partido en el poder. Sin embargo, lo que está logrando es un país más dividido, más resentido y más debilitado. Su desprecio por la ley no solo erosiona la confianza en las instituciones, sino que también alimenta un clima de tensión y desconfianza que amenaza con desbordarse.

El daño que López Obrador está causando trasciende su mandato. Cada intromisión, cada declaración polarizadora y cada ataque a sus críticos siembra un legado de división que México pagará en los años por venir. No está garantizando un futuro de unidad ni progreso; está dejando un país fracturado, atrapado en un juego de extremos en el que todos perdemos.

López Obrador debería entender que la verdadera grandeza de un líder está en saber retirarse con dignidad, en respetar el juego democrático y en construir un legado de estabilidad, no de caos. Sin embargo, su incapacidad para reconocer sus límites y su obsesión con el control están poniendo en jaque a la democracia mexicana. Es un presidente que no sabe escuchar, que no tolera la crítica y que, en lugar de liderar con altura, actúa con mezquindad.

México necesita líderes que construyan, no que dividan. La historia recordará a López Obrador no como un transformador, sino como un destructor, alguien que, incapaz de aceptar el final de su mandato, eligió poner en riesgo la estabilidad de todo un país por su propio ego. La democracia en México es resiliente, pero no invulnerable, y López Obrador ha demostrado que incluso un sistema fuerte puede ser debilitado por un hombre que, más que gobernar, decidió imponer su voluntad sin importar las consecuencias.

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