La suspensión de relaciones diplomáticas con Ecuador es el último acto de una administración mexicana que se ha caracterizado por su torpeza, improvisación y falta de visión en política exterior. El incidente que provocó esta ruptura, la entrada no autorizada de la policía ecuatoriana en la embajada mexicana en Quito, es sin duda una violación grave al protocolo diplomático. Sin embargo, la reacción del gobierno mexicano expone una vez más su incapacidad para manejar crisis internacionales con prudencia y profesionalismo.
López Obrador ha utilizado la política exterior como una extensión de su narrativa populista, dejando a un lado la responsabilidad de proteger los intereses del país en el escenario global. En lugar de aprovechar esta oportunidad para mostrar liderazgo y capacidad de mediación, optó por una decisión drástica que refleja más su incapacidad para resolver conflictos que una defensa real de la soberanía. Suspender relaciones diplomáticas con Ecuador no solo es un acto desproporcionado, sino una muestra más de cómo este gobierno confunde firmeza con arrogancia.
El presidente, que gusta de autoproclamarse defensor de los principios internacionales, ha demostrado ser un gestor incompetente en materia diplomática. Este caso no es una excepción, sino parte de un patrón que incluye una inclinación hacia alianzas con regímenes autoritarios, la politización de embajadas como refugios ideológicos y una falta de coherencia en su discurso de respeto a la soberanía de los demás países.
Mientras México rompe relaciones con Ecuador, el crimen organizado sigue ganando territorio, la violencia no disminuye y la economía enfrenta retos cada vez mayores. Pero para Morena, el teatro político internacional parece ser más importante que enfrentar los problemas internos. Este gobierno, obsesionado con mantener su narrativa de lucha por el pueblo, ignora que la diplomacia efectiva no se trata de gestos grandilocuentes, sino de construir alianzas y resolver conflictos con inteligencia.
El caso de Ecuador es solo otro ejemplo de cómo la administración de López Obrador ha priorizado la política interna sobre las relaciones internacionales. En lugar de buscar una solución diplomática que beneficie a ambas naciones, el gobierno ha optado por una estrategia de confrontación que solo ahonda las divisiones en una región que necesita unidad.
Es hora de que México recupere su papel como un actor responsable en el escenario global. Pero eso no sucederá mientras el país esté liderado por un gobierno que parece más interesado en hacer ruido que en hacer las cosas bien. La política exterior de Morena no solo es ineficaz, es un reflejo de la improvisación, la mediocridad y el desprecio por los estándares que deberían guiar a cualquier administración que aspire a ser tomada en serio en el mundo. El daño a la reputación de México ya está hecho, y todo por el capricho de un presidente que confunde protagonismo con liderazgo.