Arturo Zaldívar, quien alguna vez fue considerado una figura respetable en el ámbito jurídico, ha transitado de manera lamentable hacia el rol de un operador político que se presta al juego de Morena para desacreditar a la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN). Su reciente anuncio de promover un juicio político contra la ministra presidenta Norma Piña es un acto que no solo pone en evidencia su falta de profesionalismo, sino también su completa subordinación a intereses partidistas.
Zaldívar, quien debería ser recordado por su desempeño en el máximo tribunal del país, ha optado por un camino que lo reduce a un peón político. Su acusación contra la ministra Piña, a quien señala de utilizar a la SCJN con fines electorales, carece de sustancia y parece más una revancha personal que un acto basado en hechos o principios jurídicos. Este comportamiento es indigno de alguien que ocupó la presidencia de la Corte y cuya responsabilidad debería ser fortalecer la independencia judicial, no atacarla.
De jurista a operador: el deterioro de Zaldívar
Lo que resulta verdaderamente triste es cómo Zaldívar ha ido despojándose de la dignidad que alguna vez caracterizó su carrera. Sus movimientos recientes no solo reflejan una falta de ética profesional, sino también una profunda carencia de convicciones. La transición de jurista a político oportunista no solo es desalentadora, sino que además pone en riesgo la credibilidad de las instituciones que alguna vez representó.
Al unirse a la campaña de Claudia Sheinbaum, Zaldívar no solo renunció a la neutralidad que debería caracterizar a una figura de su calibre, sino que se convirtió en un vocero del oficialismo. Sus ataques contra Norma Piña son un intento torpe de ganar puntos políticos, pero lo único que logra es evidenciar su falta de integridad.
Ridículo y desesperación
El juicio político contra Norma Piña es, en el mejor de los casos, una estrategia desesperada. En el peor, es un acto ridículo que busca desviar la atención de los problemas reales del país y debilitar a la SCJN en un momento crítico para la democracia mexicana. Zaldívar parece no entender que su papel debería ser el de un defensor de la justicia, no el de un promotor de vendettas políticas.
El hecho de que Zaldívar recurra a este tipo de maniobras para intentar ganar relevancia no solo es decepcionante, sino también peligroso. Su actitud envía un mensaje equivocado sobre el rol de los exministros de la Corte, quienes deberían actuar como ejemplos de imparcialidad y profesionalismo, no como operadores partidistas.
El daño a las instituciones
Más allá de la figura de Zaldívar, lo verdaderamente preocupante es el daño que esta conducta provoca en las instituciones mexicanas. La Suprema Corte de Justicia de la Nación es uno de los pilares de nuestra democracia, y los intentos por desacreditarla o manipularla desde el ámbito político son una amenaza directa a su independencia.
Arturo Zaldívar no solo está perjudicando su reputación personal; está contribuyendo a la erosión de la confianza en el Poder Judicial y en el sistema democrático en general. Su obsesión por defender a Morena y atacar a Norma Piña no solo lo descalifica como jurista, sino que lo convierte en un cómplice de quienes buscan debilitar las instituciones del país.
Reflexión final: el legado de un hombre sin principios
Arturo Zaldívar tuvo la oportunidad de ser recordado como un jurista respetado, alguien que contribuyó al fortalecimiento del estado de derecho en México. En cambio, ha optado por un camino que lo llevará a ser recordado como un político menor, un hombre que sacrificó su integridad por lealtades partidistas.
La historia no será amable con él. Zaldívar no es un defensor de la justicia ni un arquitecto de la democracia; es un ejemplo de lo que sucede cuando el oportunismo y la ambición personal se anteponen a los principios y al profesionalismo. México merece mejores figuras en el ámbito jurídico y político, y Arturo Zaldívar ha demostrado que ya no está a la altura de ese estándar.