La reciente reunión de senadores y diputados de Morena con el presidente Andrés Manuel López Obrador, presentada como un “acto de despedida”, plantea serias dudas sobre la verdadera intención de este encuentro en el contexto de las próximas elecciones. En una democracia funcional, las instituciones y los poderes deben operar de manera independiente, pero este acto parece más un ejercicio de alineación partidista que una reunión legítima de trabajo.
López Obrador, quien ha prometido mantenerse al margen del proceso electoral, parece haber olvidado que su papel como presidente no es intervenir en las decisiones y estrategias de su partido. Este evento, bajo el pretexto de ser una despedida, envía un mensaje claro: el presidente sigue ejerciendo una influencia directa sobre Morena y sus legisladores, en detrimento de la imparcialidad que debería caracterizar a un jefe de Estado.
¿Un adiós simbólico o un respaldo estratégico?
Resulta difícil creer que esta reunión fuera únicamente un acto protocolario. En el contexto electoral, cada gesto cuenta, y esta “despedida” parece más una estrategia para reforzar la cohesión interna del partido de cara a los comicios. Es ingenuo pensar que López Obrador, un político experto en manejar la narrativa pública, no utilizó este encuentro para consolidar su legado y garantizar que su influencia permanezca viva en las filas de Morena.
El problema radica en cómo esta reunión borra las líneas entre el Ejecutivo y el partido en el poder. ¿Cómo puede el presidente garantizar que no está interviniendo en las elecciones si sigue reuniéndose con los actores clave de su partido? Más aún, ¿qué mensaje envía esto a los demás partidos y a los ciudadanos que esperan un proceso electoral justo?
Una democracia en riesgo
Lo más preocupante de este episodio es cómo refuerza la percepción de que las instituciones democráticas están siendo utilizadas como herramientas de control partidista. Al permitir que estos actos se disfracen de formalidad institucional, se debilita la confianza en un proceso electoral libre y transparente.
Morena, como partido político, tiene el derecho de organizarse y planificar sus estrategias, pero estas reuniones no deberían involucrar al presidente de la República de manera directa, especialmente cuando él mismo ha declarado que no busca interferir. Sin embargo, este encuentro sugiere lo contrario: un intento de López Obrador de dejar claras sus expectativas y de asegurarse de que Morena siga siendo fiel a su proyecto político.
Reflexión final: un legado en disputa
La historia juzgará a López Obrador no solo por sus políticas, sino también por su respeto —o falta de respeto— hacia los principios democráticos. Esta reunión, más que un acto simbólico de despedida, es un recordatorio de cómo el poder puede ser utilizado para influir en las decisiones políticas más allá del mandato de un presidente.
México necesita un proceso electoral que sea transparente y equitativo. Cualquier gesto que sugiera injerencia por parte del presidente no solo daña la percepción pública, sino que también pone en riesgo la legitimidad de los resultados. López Obrador debería recordar que su verdadero legado no se construye en reuniones partidistas, sino en el fortalecimiento de la democracia que prometió defender.