El desenlace de las elecciones del 2 de junio de 2024 no solo marca la victoria de Claudia Sheinbaum, sino también la derrota de una oposición que, lejos de presentar un frente unido y estratégico, sucumbió a sus propias contradicciones, improvisaciones y la falta de visión. La campaña de Xóchitl Gálvez, respaldada por una coalición tambaleante, es un claro ejemplo de cómo no se debe competir en un escenario político donde el oficialismo cuenta con todas las ventajas estructurales.
Los partidos que conformaron Fuerza y Corazón por México (PAN, PRI y PRD) no solo fallaron en construir una narrativa convincente, sino que mostraron, una vez más, su desconexión con la realidad de los votantes. La candidatura de Gálvez, aunque prometedora en un inicio, terminó por desinflarse ante una estrategia plagada de errores y una incapacidad evidente para diferenciarse del oficialismo más allá de la crítica constante.
Xóchitl Gálvez: de esperanza a oportunidad perdida
Xóchitl Gálvez fue, en muchos sentidos, una candidata que representaba algo nuevo en un bloque opositor anquilosado. Su carisma y su historia personal prometían una conexión con el electorado que los partidos tradicionales habían perdido hace años. Sin embargo, su campaña careció de propuestas claras y contundentes que contrastaran con el proyecto de Morena. En lugar de presentarse como una opción verdaderamente transformadora, Gálvez se limitó a criticar al gobierno actual sin ofrecer una visión sólida del país que proponía construir.
Peor aún, permitió que su discurso quedara atrapado en la retórica de los partidos que la respaldaban, partidos que han perdido toda credibilidad tras años de corrupción, malas gestiones y promesas incumplidas. En lugar de desmarcarse de estas fuerzas políticas, Gálvez optó por jugar el papel de una candidata de coalición, perdiendo el atractivo que la hacía distinta.
Los partidos: reliquias que no entienden al electorado
El PAN, el PRI y el PRD no aprendieron nada de sus derrotas pasadas. Insistieron en fórmulas desgastadas y en alianzas que, más que sumar, restaron credibilidad al proyecto opositor. La falta de una estrategia coherente y la obsesión por criticar al oficialismo sin construir una narrativa propia fueron errores garrafales que sellaron su destino.
La desconexión con el electorado joven, la incapacidad para hablar a las clases populares y la insistencia en presentarse como defensores del statu quo fueron fallas que los partidos nunca corrigieron. En lugar de renovarse, prefirieron reciclar viejas fórmulas y apostar por figuras que no generaban confianza ni entusiasmo.
La estrategia: un descalabro anunciado
La campaña de Fuerza y Corazón por México fue un desastre estratégico desde el inicio. La coalición no logró unificar su mensaje ni proyectar una imagen de unidad. Las disputas internas, los egos de los líderes partidistas y la falta de un plan claro para captar votantes desencantados con Morena fueron factores que contribuyeron a su derrota.
En contraste, el oficialismo supo movilizar a su base, aprovechar los recursos del gobierno y utilizar su narrativa del cambio para mantener a su electorado leal. Mientras Morena hablaba de transformación, la oposición parecía más interesada en señalar problemas sin ofrecer soluciones.
Reflexión final: la lección no aprendida
La derrota de Xóchitl Gálvez y su coalición no es solo un fracaso electoral; es un recordatorio de que la oposición en México sigue sin entender al país que dice querer gobernar. En lugar de construir un proyecto de nación, se limitaron a competir como si bastara con señalar los errores del oficialismo para ganar.
Si la oposición no se reinventa desde sus cimientos, no solo seguirá perdiendo elecciones, sino que también abandonará a millones de mexicanos que necesitan alternativas reales. La estrategia fallida de 2024 debe ser un punto de inflexión, no un capítulo más en la larga historia de la decadencia de los partidos tradicionales en México.