El presidente Andrés Manuel López Obrador, en defensa de la sobrerrepresentación de Morena y sus aliados en la Cámara de Diputados, argumenta que esta es una práctica permitida por la ley y que refleja el apoyo popular. Sin embargo, este discurso, más que ser un argumento legítimo sobre la representación democrática, pone en evidencia un sistema político que favorece la concentración del poder y pone en duda la calidad de la democracia en México.
La sobrerrepresentación, tal como la defienden López Obrador y su partido, es una fórmula legal que busca equilibrar las disparidades entre las proporciones de votos obtenidos y el número de escaños en la Cámara de Diputados. Pero lejos de ser una garantía de justicia electoral, esta figura se ha convertido en un mecanismo que distorsiona la representación popular y, en muchos casos, favorece a quienes ya controlan el poder.
¿Reflejo del apoyo popular o una maniobra política?
El argumento de López Obrador de que la sobrerrepresentación refleja el “apoyo popular” es, como mínimo, cuestionable. Si bien es cierto que Morena ha obtenido una gran cantidad de votos, el sistema de sobrerrepresentación, al otorgar más escaños de los que le corresponderían según el porcentaje de votos, genera una disparidad que favorece a un solo partido en detrimento de la pluralidad y la competencia democrática.
Este tipo de prácticas no solo atentan contra el principio de representación proporcional, sino que también refuerzan el control de un solo partido sobre las decisiones legislativas. En lugar de fomentar la inclusión y el equilibrio en la política, la sobrerrepresentación se ha convertido en un medio para consolidar un poder casi absoluto en la Cámara de Diputados.
El costo de la concentración del poder
La sobrerrepresentación no es solo un tema técnico o electoral; es un síntoma de un problema más profundo: la concentración del poder. López Obrador ha sostenido, desde el inicio de su mandato, que los contrapesos en el poder son innecesarios, lo cual ha llevado a un debilitamiento de las instituciones y un desmantelamiento de los mecanismos que garantizan la pluralidad y la diversidad en la toma de decisiones.
Este enfoque, que se refleja también en la sobrerrepresentación, socava la calidad democrática del país. En lugar de fortalecer las instituciones, se debilitan, ya que un solo partido obtiene una ventaja indebida que margina a la oposición y limita la capacidad de debate y de control en el Congreso. La diversidad de opiniones y la discusión constructiva se ven sustituidas por una mayoría que no siempre refleja las verdaderas intenciones de la población.
El riesgo para la democracia
El peligro de esta sobrerrepresentación, defendida por López Obrador, radica en que crea un falso sentido de legitimidad. La cantidad de escaños que posee un partido no siempre debe reflejar el porcentaje de votos obtenido, especialmente cuando ese partido tiene el control de otros ámbitos del poder, como la presidencia y las gubernaturas. Este desequilibrio reduce el papel de la oposición y minimiza su capacidad para fiscalizar, cuestionar y proponer alternativas. En última instancia, el sistema político se convierte en un espectáculo donde la verdadera democracia y la representación efectiva quedan comprometidas.
Reflexión final: Un juego peligroso
El presidente López Obrador continúa defendiendo la sobrerrepresentación de su partido como un reflejo del apoyo popular, pero esta justificación no hace más que perpetuar un sistema que favorece la concentración de poder y que debilita las bases democráticas de México. Lo que se está consolidando es una democracia de “un solo partido”, donde el control de las instituciones está centralizado, y la pluralidad y el equilibrio de poderes se ven cada vez más lejos.
La democracia mexicana necesita contrapesos reales y una representación que refleje más fielmente la diversidad política del país. En lugar de celebrar la sobrerrepresentación, el gobierno debería abogar por un sistema más equitativo, en el que todos los sectores de la sociedad y las diversas corrientes políticas tengan una voz significativa en el Congreso. Solo entonces se podrá hablar de un verdadero avance hacia una democracia sólida, inclusiva y justa para todos.