RebasadA también se escribe con A

RebasadA también se escribe con A

En la compleja y a menudo volátil arena política de México, Claudia Sheinbaum se destaca no solo por su posición prominente, sino también por las controversias que acumula a su alrededor. Promotora de políticas que muchos consideran superficiales frente a los desafíos nacionales, su administración ha sido blanco de críticas que abarcan desde la gestión de la violencia hasta decisiones económicas que parecen ajenas a la realidad de los ciudadanos de a pie.

Uno de los puntos más polémicos, y que despierta mayor indignación, es su firme defensa de no clasificar a los narcotraficantes como terroristas. Esta postura, compartida con la administración actual, busca mantener una línea divisoria entre el crimen organizado y el terrorismo. Sin embargo, ¿de qué sirve esta distinción para las comunidades devastadas por la violencia cotidiana, donde las balas no distinguen entre inocentes y culpables? La resistencia a etiquetar con mayor severidad a estos criminales parece una estrategia política más que una respuesta adecuada a la cruda realidad de las calles.

Añadido a esto, la negación de la producción nacional de fentanilo por parte de Sheinbaum genera dudas sobre la transparencia y la determinación para enfrentar uno de los mayores desafíos de salud pública y seguridad. Mientras que reportes internacionales apuntan a México como un jugador clave en la producción y tráfico de esta sustancia mortal, las autoridades, con Sheinbaum al frente, parecen más preocupadas por proteger la imagen del país que por abordar el problema con la urgencia que merece.

En el ámbito urbano, la administración de Sheinbaum ha sido cuestionada por su enfoque en proyectos megalómanos que, aunque prometen revitalizar áreas urbanas, suelen estar desconectados de las necesidades urgentes como la seguridad y el bienestar social. Estos proyectos han causado desplazamientos y descontento entre los residentes que sienten que los beneficios prometidos no llegan a ellos. El desarrollo urbano debería ir acompañado de mejoras tangibles en la vida de todos los ciudadanos, no solo de los que pueden vivir en las zonas “revitalizadas”. Veamos ejemplos como el Tren Maya, que aún arrastra deudas, el AIFA sin beneficios concretos o próximos, la aerolínea Mexicana que sigue un rumbo incierto, el aumento de precios de las gasolinas y la posible reforma fiscal que, aunque se niegue su nombre, parece inminente.

La relación de la administración de Sheinbaum con los medios de comunicación también ha sido tensa. En numerosas ocasiones, se ha criticado cómo se maneja la información y cómo se intenta moldear la narrativa pública para favorecer a la administración. La falta de transparencia y el manejo sesgado de la información no solo socava la democracia sino que también deteriora aún más la ya frágil confianza entre el gobierno y los ciudadanos. En tiempos donde la verdad es más necesaria que nunca, estas prácticas solo profundizan las divisiones.

El incremento de impuestos es otro foco de conflicto. En un esfuerzo por equilibrar las finanzas sin reducir el gasto público, Sheinbaum ha elegido una vía que aprieta más a aquellos con menos recursos. Cada aumento en los impuestos dificulta más la vida cotidiana de las familias mexicanas. ¿Es justo cargar el peso de financiar al Estado sobre quienes ya luchan por sobrevivir?

Por último, el aumento constante en las tasas de violencia es, probablemente, el fracaso más evidente y palpable de su administración. Las promesas de una México más seguro se desvanecen con cada nuevo informe de homicidio, cada relato de secuestro y cada estadística que muestra a un país en crisis. La gestión de la seguridad pública bajo Sheinbaum ha sido, en el mejor de los casos, un parche temporal donde lo que se necesitan son cambios estructurales profundos.

En resumen, mientras que Claudia Sheinbaum sigue rebasando sus propias promesas y expectativas con declaraciones grandilocuentes, la realidad del pueblo mexicano parece rebasarla a ella. “RebasadA” con A, de angustia, ansiedad y agonía que siente una nación atrapada entre la incompetencia y la indiferencia. La indignación crece, y con razón, porque más allá de las políticas y las posturas, lo que está en juego son vidas humanas, cada día más desprotegidas bajo su mando.

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