Más que sumas electorales: una lección desde Veracruz

Más que sumas electorales: una lección desde Veracruz

Las elecciones recientes en Veracruz dejaron muchas lecciones para la clase política, pero quizás una de las más contundentes tiene que ver con el valor —o la ausencia— de las convicciones en tiempos de pragmatismo electoral.

Existen dos formas de interpretar lo ocurrido. La primera, más estructural y de largo aliento, consiste en observar cómo ciertos partidos lograron construir cuadros políticos con identidad propia, principios definidos e ideologías claras. Casos como los de Acción Nacional y Movimiento Ciudadano muestran que es posible conectar con el electorado cuando se tiene un proyecto coherente y un discurso firme. Estos partidos no solo ganaron; convencieron. No necesitaron esconderse tras alianzas forzadas ni discursos ambiguos. Apostaron por su narrativa y funcionó.

La segunda lectura, en cambio, es más simplista y preocupante. Parte de la idea de que en política todo se trata de sumar, aunque sea con piezas incompatibles. Bajo esta lógica, se forman alianzas esperando que 1 + 1 sea igual a 2, sin importar si los partidos involucrados comparten visión de país, principios fundamentales o siquiera valores básicos en común. Se trata de ganar por ganar, incluso si en el camino se diluye la identidad y se sacrifica la coherencia.

Pero Veracruz ha demostrado que la política no es una operación aritmética. Que sumar estructuras no garantiza sumar votos. Y que las alianzas sin causa, sin narrativa y sin alma, no solo no entusiasman: pueden generar desconfianza y hasta rechazo. La gente no vota solo por colores o marcas, vota —cada vez más— por ideas, por identidades políticas que percibe genuinas, por proyectos que se sienten cercanos.

Los resultados en Veracruz deberían servir de espejo para muchos liderazgos nacionales y locales. La política necesita estrategia, sí, pero también necesita sentido. Sin este, cualquier victoria es efímera. Y cualquier derrota, anunciada.

Volver arriba